jueves, 13 de mayo de 2010


En las ciudades pampeanas me cuesta menos sentir esa lejanía con la naturaleza, quizá sea que, debido a su fanática horizontalidad, puedo mirar hacia el final de una calle y ver el horizonte lo mismo que a campo abierto, y si tengo suerte agarro un atardecer con el sol clavadito al lado del último semaforo, y si tengo mala suerte, hay corte de luz a la noche debido a la fánatica argentinidad, entonces me miro alguna estrella que no me sé y le invento un nombre: esa que brilla allá arriba se llama Cocasarli y apunta a los hombres púbicos del noreste. Todo esto, junto al vientito otoñal que corre sin obstáculos acá en mi casa, por fortuna, me impide abandonarme a la urbanidad. Esta foto es en el cumple de mi hermano, había mas gente pero no entraban en el espejo. Espejos crueles, decia Maupassant, los espejos nos olvidan.

1 comentario:

Un Postrelli suelto por México dijo...

Uno dos ultraviolento. Espejos, reflejos, dobles y don juanes que se teletransportan con el anillo de poder al viejo mundo. Mientras tanto, estamos luchándola, o estoy mejor dicho, para juntar esa moneda que me permitirá visitar tres ciudades más de las que normalmente visitaría. Siempre te recuerdo Diegol, como mi inspiración más vehemente y vívida, como mi modelo a seguir (en algunos aspectos) y como mi compañero inseparable de risas y chistes sin sentido, como el de "¡Pero no te das cuenta que sos un pelotuuuuudoooooo!" Jajajaja. Un abrazo grande mi amigo del alma. Espero que el san petersburgo albergue nuevos descubrimientos de nahuales y árboles parlanchines.