jueves, 13 de mayo de 2010


En las ciudades pampeanas me cuesta menos sentir esa lejanía con la naturaleza, quizá sea que, debido a su fanática horizontalidad, puedo mirar hacia el final de una calle y ver el horizonte lo mismo que a campo abierto, y si tengo suerte agarro un atardecer con el sol clavadito al lado del último semaforo, y si tengo mala suerte, hay corte de luz a la noche debido a la fánatica argentinidad, entonces me miro alguna estrella que no me sé y le invento un nombre: esa que brilla allá arriba se llama Cocasarli y apunta a los hombres púbicos del noreste. Todo esto, junto al vientito otoñal que corre sin obstáculos acá en mi casa, por fortuna, me impide abandonarme a la urbanidad. Esta foto es en el cumple de mi hermano, había mas gente pero no entraban en el espejo. Espejos crueles, decia Maupassant, los espejos nos olvidan.